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entre el cielo y la tierra
martes, 30 de diciembre de 2014
domingo, 6 de mayo de 2012
Lección número 9: Las fronteras de la responsabilidad social
Hace una semana que he
vuelto de Bangkok y que comparto mis impresiones con la gente. Mientras todos
dan por hecho que he debido alucinar con la ciudad, sus rascacielos y sus
shopping malls, yo solo puedo recordar mi decepción por el turismo sexual y el
consumismo manifiestamente desmedido. Los individuos nos hacemos día a día con
nuestra profesión y con los diversos contextos y realidades que vivimos. Mi relato
sobre Tailandia lejos de ser un ensayo descriptivo sobre el país en el cuál he
pasado únicamente 5 días, es una crítica a la irresponsabilidad, negligencia y
abuso que cometemos los humanos con nuestros actos sociales.
Bangkok, Tailandia,
26 a 30 de abril 2012
Salir de Katmandú y aterrizar en una ciudad ordenada, con
carreteras asfaltadas, semáforos y conducción diligente es todo un lujo. El
taxi me deja en Sukhumvit, en la
conocida soi (calle) 11 de Bangkok donde
está mi hotel. Son las 9 de la noche y los termómetros marcan 30 grados y un
83% de humedad. A los tailandeses no se les ve sudar. Nosotros sin embargo
estamos empapados de sudor, los pies inflados cual hombre elefante, y el pelo
cardado a lo tina turner. Ellos ni una gota. Todo está tremendamente pulcro a
pesar de no haber ni una sola papelera por la calle. Escapar de la polución de
Katmandú es un privilegio y doy gracias por respirar aire limpio. Aunque
teniendo en cuenta la cantidad de vehículos que hay, quizás sea la humedad que
neutraliza los olores. Dos ingleses bebiendo cócteles en una wolkswagen
caravelle tuneada me abordan, miran de arriba abajo mis pintillas hippiosas y
mi cámara de fotos bajo el brazo, y me preguntan qué diablos hago merodeando
por Bangkok de noche sola. Tengo ganas de descubrir la ciudad y sinceramente no
le temo, pero al cabo de un rato empiezo a pensar que he elegido el barrio
equivocado para ello. A mi alrededor solo hay coches de lujo, rascacielos,
puestos de comida y luces multicolores. Estamos en el sudeste asiático pero no lo
parece si no fuera por los bellos rasgos de las muchachas de faldas
extremadamente cortas que se contonean sobre gigantes tacones y llevan el pelo
con bucles. Están por todos lados, con cuerpos espectaculares, curvas
kilométricas o cuerpos de una delgadez sobrecogedora. Chiquillas, niñas sin
desarrollar, sin pecho, que ya están en la industria del sexo. Bajo un puente
veo una mujer esquelética, con un microvestido y mirada perdida en el vacío
hacia las millones de luces de esta ciudad que se encuentra a merced del poder
de los hombres. Sorprende aún más la cantidad de homosexuales y ladyboys que
hay, que se ríen como chiquillas y mueven el culo como mujeres. Hombres solos o
en grupos, de todos los tamaños, edades, nacionalidades y aspectos que han
venido a Tailandia sedientos de sexo. Resulta que estoy en la “entertainment
street”.
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Soicowboy entertainment road, Bangkok |
Junto a los cuerpos estructurales se pasean muchachas de enormes
dimensiones que comen todo tipo de pescados asados gigantes que no tienen pudor
por enseñar las piernas entradas en carnes. El calor es sofocante, la humedad
pesada y yo estoy completamente en estado de shock. Noto que empiezo a marearme
y necesito salir de ahí. Todo se vende en los puestos que abarrotan las aceras.
Desde comida de todo tipo, pantalones muay
thai y bolsos de imitación, hasta productos eróticos y cajas gigantes de
viagra. Intentando encontrar una salida, entro sin buscarlo en la zona árabe.
El cambio es brutal. Mujeres con burka, hombres gordos y grasientos, donner
kebabs, olor a aceite refrito, mugre en los puestos, humo pestilente y mucha
basura por el suelo. Salgo aterrada a la soi
siguiente. Centenares de coches, tuk tuks, buses y motos me pasan por delante a
gran velocidad. Me siento en un videojuego. Consigo llegar a mi hotel, un auténtico
paraíso en medio de esta selva sexual. Ceno mi primer pad thai con gambas, rodeada de palmeras, plataneras y otras
vegetaciones exóticas mientras noto que me corre el sudor por la espalda. Llevo
tan sólo unas horas en la ciudad y solo quiero irme a dormir para olvidar lo
que he visto y poder visitar la “otra Bangkok”.
Y así hago. Madrugo a las 5 de la mañana para ir a ver el
mercado de Nonthaburi, a las afueras
de la ciudad. Cojo el Chao Phraya Express
que sube por el río que divide Bangkok en dos y que a esa hora está bañado
de una luz mágica. A pesar de ser tan temprano hace ya un calor terrible. El
mercado es de lo más surrealista y alucinante que haya visto en mi vida. Venden
absolutamente de TODO. Yo me lo paso bomba: charlo como puedo con los locales,
les hago fotos, se ríen conmigo, me dan a probar cosas, uno de las frutas
parece que va a echar raíz en mi estómago :S, veo los vendedores de flores, de
marisco, de fruta, de dulces, de lotería, de sujetadores, de tortugas, de
cabezas de cerdo, de serpientes de agua, de bolsitas con líquidos cerrados
cuidadosamente con la misma cantidad de aire en ellas. Deben de ser unos cracks
en cadenas de producción. En un puesto de brochetas tienen a dos muchachos
cortando con tijeras los milímetros de pollo que sobresalen de cada trozo.
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Mercado de Nonthaburi, Bangkok |
Vuelvo a coger el Chao
Phraya Express pero esta vez la luz no es la misma y el calor es de infarto
(son sólo las 9.30!). Soy la única pringada que no tiene sitio en la sombra y
me siento derretir en el trayecto. Me paro en Tha Chang para explorar la zona del palacio real, donde me obligan
a ponerme el jersey porque voy enseñando hombros. Me siento morir. En los
jardines reales me para un grupo
de adolescentes que quieren entrevistarme. Son graciosísimos: de donde
vengo, cómo me llamo, y qué me parece Scary Movie… umm cuál era esa? Les digo
que wow genial, me encanta y todos contentísimos me aplauden y me hacen fotos. El
palacio real está repleto de turistas y de guardias de seguridad. Hay que saber
que el Rey, Bhumibol Asulyadej, el Grandioso, que reina desde 1946, es el jefe
de estado que más tiempo lleva en el cargo en el mundo y
el miembro de la realeza más rico de la tierra, y sorprendentemente
venerado por todos los tailandeses. Su imagen está por todos lados (TODOS). En
todos los edificios, templos, carreteras, se exhiben fotos del rey en todas sus
formas, posturas y atuendos: solo o acompañado de su mujer, de bebé, adolescente,
maduro o entrado en años, con la mirada perdida, gorro de cowboy, sonriente,
serio, mirada misteriosa, de modo más casual o de turista con cámara colgada,
vestido de médico, tocando el saxofón… pero siempre reconocible por sus gafas
de culo de vaso.
El rey y la reina de Tailandia, Bangkok |
Wat Pho - Buda reclinado, Bangkok |
Wat Pho, Bangkok |
De camino a Chinatown me encuentro con un simpático Ausi que vive en California, también lleva un gorro de cowboy, una camiseta de la CIA y me compra una cocacola porque ve que me va a dar un tabardillo. Alucina cuando le digo que soy una franco-española que vive en Nepal, que trabaja para la agencia alemana de cooperación, y que está de visita en Tailandia para hacer un examen para la Unión Europea. Chinatown es una auténtica locura. En un entresijo de callejas se amalgaman los vendedores de verduras, de zapatos, de amuletos y objetos de rito, de lotería, de oro, de pescado y otros miles de puestos de comida. El olor es insoportable y a mi no me entra absolutamente nada. Después haber recorrido todo el barrio, vuelvo a la zona del videojuego para hacer el susodicho examen.
Venta de lotería en el barrio chino, Bangkok |
Al salir del examen siento una necesidad imperiosa de irme
de compras. Empiezo a preguntarme si soy yo, o es el diseño de la ciudad, las
luces y el consumo de energía 24 horas, o el bombardeo constante de información
y publicidad. Los centros comerciales están completamente abarrotados de gente,
con comida que va y que viene, con las mejores tiendas y marcas. Los
tailandeses son MEGA modernos. Van vestidos a la última moda, con los mejores
diseños y ropas esperpénticas. Usan todo tipo de tecnologías y se pasan el
tiempo jugando a videojuegos, viendo videos, charlando por el móvil último grito,
o mandando mensajes. Completamente embrutecidos, en el metro no veo ni una sola
persona con libro en mano. Al menos aquí son bastante más civilizados en la
conducción y no conducen con el móvil enganchado en el casco como en Nepal.
Mi agotador día acaba en el Lumphini Stadium, donde hacen
los más famosos combates de muay thai.
Aunque no entro en el estadio (no es recomendable dicen para una chica sola, y
yo ya he tenido bastante) allí me mezclo con los locales, veo el combate desde
la gran pantalla, oigo los gritos de los espectadores y veo el tejemaneje de
las apuestas y vendedores de lotería que han desplegado sus tenderetes en menos
que canta un gallo. Una vez más, hay puestos de comida por todos lados capaces
de saciar un regimiento. Me aborda un tipo que resulta ser campeón de muay thai e instructor de combate y que
me enseña algunas técnicas mientras me cuenta historias sobre sus alumnos
venidos de todas partes del mundo.
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Foto montaje en el Lumphini Stadium, Bangkok, Tailandia |
En mi tercer día escapo de Bangkok para ir a la playa de Hua
Hin, en una minivan con 12 jóvenes tailandeses modernísimos, maquilladísimos e
impolutos que también se van de fin de semana. El viaje dura tres horas y ellos
no se han movido un cm, sino es para mirar con el rabillo del ojo qué diablos
hago yo con mi tiempo: abro el bolso, saco la guía, me quito las sandalias, me
pongo el sombrero, subo las piernas, me rasco, leo mi libro, saco mi mp3, tarareo
mis canciones, me como un caramelo, resoplo, saco la cámara, escribo en mi cuaderno
de notas… ellos ni un aspaviento. Quietos en sus asientos con sus bolsos sobre
las piernas, tan solo han movido los dos pulgares para mandar incesantes
mensajes con sus iphones. Hua Hin es un pueblecito al sur de Bangkok y es justo
lo que me hace falta para escapar del consumismo y turismo sexual que me ha agotado
mental y físicamente. Bañarme en la playa de agua caliente, charlar con los
lugareños, tomar el sol tumbada en arena blanca, comerme un mango delicioso con
la brisa del mar, y cenar un buen marisco con curry hace que me reconcilie definitivamente
con Tailandia.
Atardecer en Hua Hin, Tailandia |
lunes, 12 de marzo de 2012
Lección número 8: Cuando no todo está escrito en los libros
Cuando les nepalíes me preguntan por mi nombre me gusta contestarles “Krishna” que es más fácil de retener que Cristina. Krishna es, junto a Vishnu y Brahma, una de las tres deidades máximas del hinduismo. En mis primeros viajes a Asia (Vietnam e India) quise inmiscuirme en las complejidades y profundidades del hinduismo y budismo. Me sentí tan fuertemente atraída que me compré libros, me aprendí nombres y formas de deidades, sus vehículos, sus avatares, y sus historias. En Nepal, donde estas dos tradiciones religiosas conviven en perfecta armonía, identificarlas y separarlas se ha convertido en una difícil tarea. Prefiero dejarme llevar ahora en el aprendizaje lento del día a día, conversando con los locales, descubriendo tradiciones y haciéndome partícipe de sus costumbres. Descubro así que los nepalíes reciben el nombre de una estrella al nacer, que en el hinduismo Buda es la novena rencarnación del dios Vishnu, que las mujeres tienen que cumplir ciertas restricciones durante su periodo menstrual, o que el rojo escarlata de la bandera de Nepal es también el color auspicioso para las mujeres. Y es que no sólo prestando atención a la forma, sino también al fondo, descubro los matices de esta rica cultura, de su economía, de su geografía, de su demografía, o de su historia.
Estos días el gobierno ha dado instrucciones de ampliar las calles de Kathmandú, tarea necesaria para una capital y que se había hecho esperar durante años pero que supone el paso de bulldozers por las estrechas calles y la consiguiente destrucción de todo aquello que se encuentran en su camino. Los nepalíes se enfrentan a la terrible tarea de decidir qué hacer con los millares de templos y otros lugares sagrados que se escondían tras las fachadas y muros. Yo aprovecho, pues descubro así, de camino al trabajo, templos y deidades nuevos, y observo a las mujeres llegar con cautela con platos llenos de incienso, velas, pétalos de flores y otros elementos para sus rituales religiosos.
Si hay un sitio que no me canso de visitar es Pashupatinath, el templo hinduista más importante de Nepal situado a los pies del río Bagmati que congrega a sadhus o babas y devotos de Shiva, el señor de las bestias. Pashupatinath es además un lugar sagrado para los nepaleses como Benarés (Varanasi) y el río Ganges lo son en India, donde se realizan las cremaciones. Hoy día sólo los más pudientes tienen el privilegio de ser incinerados en estos gaths en la rivera del río. Los cuerpos envueltos en sudarios, son quemados en piras funerarias, liberándose así del círculo de las rencarnaciones.
Cremaciones en Pashupatinath, Nepal 2011 |
Mediante este solemne ritual, los cinco elementos del cuerpo del fallecido (agua, fuego, aire, tierra y éter) son devueltos al cosmos. Impresiona el olor que se respira, pero más aún ver los niños que se bañan en las turbias aguas del mismo río donde caen las cenizas, y donde otros recogen los objetos de plata y oro que acompañaban al difunto. Durante el periodo menstrual, la tradición no permite a las mujeres asistir a esta ceremonia. A pocos metros de las piras funerarias, un centro de cuidados acoge a más de 200 ancianos que esperan en situaciones precarias a que llegue su momento. Estas nociones sobre la vida y la muerte rompen esquemas de mi mente tan occidentalizada acostumbrada a los tradicionales entierros cristianos y sistemas de seguridad social.
A lo largo del año se celebran en Pashupatinath numerosos festivales, ya sea dedicado a Lord Shiva, o a su consorte Parvati. Hace unas semanas pudimos asistir a la celebración del Maha Shivaratri, el gran día de Shiva. Centenares de sadhus, santones y ascetas que han dedicado su vida a la iluminación, venidos de toda india y Nepal, se mezclan con miles de devotos que hacen largas colas para dejar sus ofrendas en el templo. Entre humaredas, se encuentran estos holy men que venden todo tipo de cachivaches para fumar cannabis, alimento preferido de Shiva. Entre ellos se encuentra el famoso “standing baba”, conocido por permanecer alzado permanentemente sin poder sentarse ni recostarse como voto de castigo autoimpuesto para facilitar el alcance a la iluminación espiritual. Los periódicos anunciaban una reducción considerable de sadhus este año, por la falta de hospitalidad que reciben. Sólo 2000 babas han venido este año a venerar al gran Señor Shiva. Algunos de ellos, los llamados “photo me”, viven sin embargo en los templos de Pashupatinath durante todo el año, y ya conocen el negocio que despiertan entre los turistas. Mi padre fue víctima de uno de ellos que lo persiguió por todo el recinto pidiéndole dinero por unas fotos que le había hecho a discreción.
Shivaratri, Febrero 2012 |
Standing Baba, Shivaratri, Febrero 2012 |
Shivaratri, Febrero 2012 |
Otro festival celebrado en este templo hindú es el Teej, consagrado a la reunión de la diosa Parvati con el Señor Shiva. A pesar de ser un festival donde las mujeres son las únicas protagonistas, está marcado por el simbolismo masculino que impregna la tradición y la cultura nepalí. En este alegre festejo se desempolvan los saris rojos utilizados para el matrimonio, se pintan las manos con henna y las mujeres se purifican en el río Batmati mientras piden un venturoso futuro para sus maridos. Las que no están casadas aún piden por una dichosa vida conyugal. Llegadas en ayunas, muchas de ellas sufren las consecuencias de las largas esperas de cola, del calor monzónico y de estómagos vacíos. En este sistema, donde la mujer pasa a formar parte de la familia del esposo una vez casada, esta celebración es toda una ocasión para rencontrarse con sus familiares féminas y olvidarse por un día de las labores de mujer casada. Los hombres habrán de esperar por una vez en casa.
Teej, Pashupatinath, Agosto 2011 |
Teej, Pashupatinath, Agosto 2011 |
Vestidas nosotras también de rojo, nos hicimos cómplices de ellas bailando cual esposa nepalíCon Sarima en Pashupatinath, Teej, Agosto 2011 |
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