En mi tercera semana en KTM, sin necesidad de elucubrar demasiado podría enumerar fácilmente las cosas más imprescindibles que todo viajero debería conocer antes de venir a Nepal:
y es que son frecuentes los bandhas o huelgas nacionales que paralizan el país durante toda una jornada o jornadas (sin transportes ni negocios abiertos); siempre hay que llevar una linterna consigo para las 14 horas diarias de power outage - cortes de electricidad; hay que armarse de paciencia ante las interminables colas de coches que esperan horas a que se abastezcan las gasolineras; nunca beber agua del grifo, hielo o helados y evitar ensaladas y verduras no tratadas en sitios dudosos; no tocar las vacas sagradas que merodean por todos los parajes; siempre rodear los templos en el sentido del reloj; evitar usar la mano izquierda en las comidas; no te molestes en echar un pantalón blanco a la maleta; y siempre, siempre, salir de casa con la barriga llena antes de una conferencia en Nepal.
Y esto último lo digo con toda humildad porque he vuelto a pecar de occidental palurda.
Acostumbrada a los seminarios y conferencias diarias a los que asistía en Bruselas, esta Conferencia Nacional de las Mujeres Dalit organizada por FEDO a la que asisto ha rozado los límites de mi imaginación y me ha sobrecogido de manera especial. La Conferencia aborda la cuestión de los dálits para su inclusión en el borrador de la nueva Constitución que se debate desde 2008 en el Asamblea Constituyente.
En un sistema de castas como el de India, Bangladesh o Nepal, los dálits son considerados “intocables” por ser personas fuera de las castas. Sometidos a continuas discriminaciones y víctimas frecuentes de violencia, sólo se les permite realizar los trabajos más denigrantes y marginales. Se trata de un problema global y que como todo fenómeno tiene repercusión mayor en los grupos más vulnerables, como son las mujeres y los niños. Las personas de esta comunidad suponen el 20% de la población nepalí, viven en la pobreza extrema, marginalización, exclusión y analfabetismo, negándoles el acceso a la justicia, a la sanidad o la educación la mayoría de las veces.
Pues bien, recibo la invitación a la conferencia que tiene una duración de “tres días” pero no viene programa detallado. Llamo por teléfono y me dicen en nepanglish que empieza a las 9.00 después del desayuno. No he enumerado entre las cosas imprescindibles por saber que la mayoría de los nepalíes comen arroz con verduras dos veces al día, todos los días; así que allí me planto con el coche oficial y tras registrarme busco el café de rigor. Lo que me encuentro es un campamento improvisado donde los organizadores reparten el “desayuno” (arroz con verduras) a centenares de mujeres dálit que esperan pacientes con sus hijos a cuestas a que les toque su turno. Vestidas todas con colores vivos llevan orgullosas la gorra azul que se les ha repartido al llegar. Hoy llevan sus más preciados ropajes, pues van a ser las protagonistas de esta Conferencia que va a tratar de la mejora de sus derechos y su inclusión en la vida pública.
Hasta las 10.30 no inicia la conferencia. No hay prisa ni organización alguna, solo una música aturdidora que llena el auditorio. Desde la tercera fila veo a las mujeres llegar y coger asiento hasta cubrir el gran hueco que han ido dejando a mi alrededor. El escenario se colma de conferenciantes, que con gran torpeza su atropellan unos a otros por sentarse en las insuficientes sillas que han colocado. Los hombres ocupan las sillas centrales dejando a las mujeres en las secundarias y laterales. En seguida me doy cuenta que estoy asistiendo a un teatro. No entiendo una palabra de nepalí, con lo que me limito a observar el talante de los ponentes que, uno tras otro, parecen transformarse en pequeños dictadores cuando toman la palabra sobre el atrio. Los altavoces que rebotan con los mensajes esgrimidos parecen tener vida propia, pero al menos consiguen tapar el continuo murmullo de las mujeres dálits y los lloros de los centenares de niños que no aguantan el calor de la sala.
Los lloros, murmullos y gritos hitlerianos se detienen súbitamente cuando entra en escena el “Gran Honorable Subhash Chaudra Nemwang”, de la Asamblea Constituyente, acompañado de un tropel de guardaespaldas. Me pregunto realmente qué temerá este señor, de esta comunidad de mujeres excluidas de las sociedad que no tiene ni con que alimentar a sus hijos. Son ya las 11.30 pero con su llegada se procede al “opening ceremony” mediante la quema de una vela que colocan sobre un pequeño templete y oraciones varias.
Tras ello, el Honorable honorabilisiisimo que de grande no tiene nada, hace entrega de un premio a la Señora Anuradha Koirala, Presidenta de la Ong Maiti Nepal y nominada Heroe CNN 2010, con cara de importarle bien poco. El pequeño honorabilísimo se marca un gran discurso y acompañado por su mismo tropel deja la escena de manera arrollada.
El caos vuelve en escena, a la vez que los gritos, los murmullos y los lloros. Observo a los panelistas ques están cada uno a lo suyo. Algunos han subido con sus móviles y parece que están en plena conversación familiar. Otros sin embargo se han quedado dormidos plácidamente. Parecen no despertarse si quiera con las azafatas que no paran de entrar y salir en escena entregando a los ponentes centenares de cosas sin orden ni control alguno – que si un ramo de flores, una gorra propaganda, un cuaderno, un folleto, un libro…
Yo estoy encantada con mi teatro pero sobretodo con las espectadoras que me rodean. Las miro con pleitesía; ellas, sin embargo, me miran a mí y a las notas que tomo con curiosidad. Parece que la prensa tampoco entienda nepalí porque la cámara también me enfoca a mí, a una españolita de piel blanca vestida de oficina en medio de tanta mujer oscura de ropajes sueltos y colores alegres.
La conferencia acaba cerca de las dos de la tarde. El teatro ha sido un poco largo he de admitir, y sobretodo estoy muerta de hambre porque esperaba tener ese desayuno que habían anunciado en el programa.
Pero me doy cuenta que no estoy en Bruselas. Que aquí los desayunos no son para mí, que las conferencias no son en inglés, que aquí no paso desapercibida, que aquí no se cumplen los programas ni agendas….
Pero que sin embargo, como en Bruselas, el mundo está lleno de gente que le encanta escucharse a sí misma, que los megalómanos son pequeños y temen por su vida, y que las palabras grandilocuentes se pierden si no vienen acompañadas de hechos.
En este teatro las protagonistas han sido ellas y por lo menos hoy, han desayunado un plato caliente.